Gonzalo Ordóñez: El difícil arte de ser insoportables
Hace un calor miserable que oprime el tórax, me animo a subirme a un bus de la línea Colón Camal.
Horrible, a la altura de la gasolinera, cerca de la Avenida Amazonas, el chofer decide competir con otro retardado mental (para Cantinflas es un señor que tarda en comerse unas pastillas de menta), en algún momento se acercan al punto de golpear los retrovisores.
Algunos pasajeros gritan reclamando el fin de la competencia, me acerco a la ventana y hago señas a un agente de tránsito, en la acera, que aparentemente no se percata de lo que sucede en sus narices, está demasiado ensimismado cuidando el semáforo.