A 50 años de la renuncia de Nixon: una borrachera a solas y un rezo de rodillas con Kissinger
El día en el que iba a convertirse en el primer presidente de Estados Unidos en renunciar a su cargo, hasta ahora también el único, Richard Nixon despertó a las ocho y media de la mañana. Había dormido sólo tres horas. Sentía la resaca de la enorme borrachera de la noche anterior.
Fuera de control casi, cercado por la Justicia que iba a procesarlo por haber intentado ocultar su participación decisiva en el Caso Watergate, sin más chances que la de renunciar, Nixon había llamado al ala privada de la Casa Blanca a su hombre de confianza y secretario de Estado, Henry Kissinger, que lo encontró alcoholizado.
Nixon le preguntó cómo creía Kissinger que lo trataría la historia, si mejor o peor que a sus antecesores y, con los ojos llenos de lágrimas le pidió al secretario de Estado que se arrodillaran ambos, un cuáquero y un judío, para rezar juntos. Experto en capear temporales más violentos, Kissinger se arrodilló y rezó sobre la gruesa alfombra azul de la residencia privada del presidente.